Cuando era niño, el símbolo distintivo de marca registrada ® llamaba poderosamente mi atención. Recuerdo haber decidido ser propietario de alguna palabra -apuesto a que más de uno está sonriendo en estos momentos- y, como amo y custodio de la misma, complementarla con un sello, una erre mayúscula dentro de un círculo, con el fin de que todo aquel que quisiera usarla debería pedirme permiso o arriesgarse a que emprendiera "acciones legales".

Ya de adulto, como consecuencia de mi actividad profesional, cada vez que veo un logotipo con el sello en cuestión vienen a mi mente, de manera fugaz, cándidos recuerdos de infancia. Se ve que esta práctica era habitual dado que un porcentaje elevado de las marcas que reivindican su registro en realidad no están registradas.

Últimamente por internet han aparecido unas cuantas empresas con vocación de ONG que, supuestamente, registran tanto marcas como nombres comerciales sin cobrar por sus honorarios profesionales, o eso afirman.

La realidad es bastante distinta. Esa publicidad que bordea la ilegalidad, al más puro estilo de esas empresas que nos llaman por teléfono constantemente y que todos conocemos a la perfección, esconde un truco: casualmente se "olvidan" de la letra pequeña.

De todos es sabido el valor que puede tener una marca de reconocido prestigio y la necesidad de defenderla. Por tanto, registrarla- de cara a posibles ataques, copias o cualquier manera de aprovecharse de manera ilícita de la imagen que proyectan. Pero quizá no se tenga tan claro lo conveniente que es este marco para empresas que no buscan reconocimiento por su nombre. Para ello vamos a poner un caso ficticio pero no improbable, la única diferencia entre este caso y otro real es que los datos referentes a nombres y productos son producto de mi imaginación.